— A veces se cansa uno de huir —dijo—. El mundo es muy pequeño cuando no se tiene adónde ir.
— Quién más quién menos ha perdido a alguien, del bando que sea.
— Yo no soy de ningún bando —repuso—. Es más, las banderas me parecen trapos de colores que huelen a rancio y me basta ver a cualquiera que se envuelva en ellas y se le llene la boca de himnos, escudos y discursos para que me entren cagarrinas. Siempre he pensado que el que siente mucho apego a un rebaño es que tiene algo de borrego.
— ¿Por qué cree que su padre nunca le habló de la guerra? ¿Acaso cree que él no se imagina lo que pasó?
— Si es así, ¿por qué se calló? ¿Por qué no hizo nada?
— Por usted. Su padre, al igual que mucha gente a la que le tocó vivir aquellos años se lo tragaron todo y se callaron. Porque no tuvieron más narices. De todos los bandos y de todos los colores. Se los cruza usted por la calle todos los días y ni los ve. Se han podrido en vida todos estos años con ese dolor dentro para que usted y otros como usted pudiesen vivir. No se le ocurra juzgar a su padre. No tiene usted derecho.
Mientras el profesor liquidaba la cuenta, me miró de reojo.
—¿Por qué siempre me parece que de la misa me cuenta usted no ya la media, sino un cuarto?
—Algún día le contaré el resto, profesor. Se lo prometo.
—Más le vale, porque las ciudades no tienen memoria y les hace falta alguien como yo, un sabio nada despistado, para mantenerla viva.
—Éste es el trato: usted me ayuda a solucionarlo y yo, algún día, le contaré algunas cosas que Barcelona preferiría olvidar. Para su historia secreta.
Con tiempo y buenas influencias, si uno había de creer lo que decían los diarios (extremo que Fermín comparaba a creer que el TriNaranjus se obtenía exprimiendo naranjas frescas de Valencia), había visto cristalizar sus anhelos y se había convertido en una estrella rutilante en el firmamento de la España de las artes y las letras.
Y ya sé que lo que se dice guapo, pues no es. Pero yo lo veo guapo y bueno. Y muy hombre. Y al final eso es lo que cuenta, que sea bueno y que sea de verdad. Y que te puedas agarrar a él una noche de invierno y te quite el frío del cuerpo.